jueves, 21 de junio de 2007

Jugando al quien es quien

Por Marina Yuszczuk

Lo primero que podría decir un historiador al ver 300 es “no fue así”, cuando es obvio que no fue así y que al cine de Hollywood le importa bastante poco cómo fue. Si antes o después de ir a ver la película uno se mete en Wikipedia y busca la batalla de las Termópilas, aparece un artículo donde alguien se encarga de desmentir a partir de fuentes históricas lo que se muestra en la película. La cuestión es que, primero, esto resulta en una condena fácil, la de “falta de rigor histórico” o de “fidelidad a los hechos”, cuando lo cierto es que una película que se basa además en un comic no tiene por qué tener rigor histórico o fidelidad a los hechos, porque lo que construye por supuesto es una ficción a partir –y dejándolo bastante atrás- de un hecho histórico. Bueno, esto si todavía uno sostiene la idea ingenua de que la historia es el relato de los hechos pasados y no una construcción, que supone una interpretación y evaluación, de esos mismos hechos, pero eso ya es materia para otra discusión.

El punto es que en la película, lo que fue un enfrentamiento bélico entre dos culturas y la victoria final de una sobre la otra –las polis griegas- por poseer una máquina de guerra altamente perfeccionada que fue capaz de liquidar, a pesar de su superioridad numérica, a los ejércitos persas, aparece como una lucha entre dos ideas, de las cuales una triunfa por ser la más justa. Por qué digo esto. Primero, el malentendido de las democracias griegas permite que ideas como la de democracia y palabras como “libertad” resuenen en los oídos de los espectadores contemporáneos como algo conocido, bueno y familiar. Así es entonces como se representa a los griegos que, en rigor de verdad, todavía no eran “griegos”, y especialmente a los espartanos: como una confederación de polis donde había reyes pero también un consejo y un pueblo, y un “pequeño” conflicto de fondo entre formas más primitivas de pensamiento y de gobierno que incluían misticismo y consultas a oráculos y a viejos deformes y lascivos pero que ahora estaban siendo reemplazadas por la luz liberadora de la razón, encarnada en Leónidas, que desafía a los sacerdotes y no obedece a los oráculos. Lo interesante es que la película comienza poniendo en escena este dato que hoy nos horroriza, a saber, que en Esparta se tiraba desde un desfiladero a los bebés “deformes” que no servirían para pelear –tanto como nos espantamos al saber que en China “matan a las chicas”- y que a muy corta edad los nenes eran separados de sus madres y sometidos a un entrenamiento severísimo que los convertiría en frías máquinas de matar casi sin corazón. ¡Pero estos espartanos son terribles!, dice uno con las primeras escenas de la película. Lo interesante, decía, es cómo se llega de este espanto inicial a terminar admirando y aplaudiendo los valores sostenidos por semejante cultura en el final. Porque, seamos sinceros, si uno se queda un poco desprevenido termina eufórico de que se mate a semejante cantidad de persas y de que los 300 espartanos mueran acribillados para defender la libertad.

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¿Cómo sucede esto? En principio, al “extraño” y “algo salvaje” (porque así se lo plantea cuando empieza la película) modo de vida espartano se le opone una cultura mucho más extraña, salvaje, primitiva, oscura y fea. Sí, claro, así de simple. Los persas serán muchísimos pero son inmorales, retrógrados, adoran y le creen a un hombre que se hace pasar por dios y que es afeminado, se pinta los ojos y tiene piercings en la cara, además de que hace orgías donde también, para colmo, hay droga. Tan asquerosos son los persas que hasta llevan junto con el ejército unos monstruos inexplicables, gigantes y deformes, además de –o al mismo nivel que- elefantes y rinocerontes. Todo un zoológico visual si se lo compara con la uniformidad de los 300 espartanos, 300 cuerpos iguales, igualmente atléticos y puro músculo, vestidos todos con el mismo calzoncillo y sandalias de cuero, capa roja, escudo, lanza y yelmo. Los lemas de este ejército son “sin prisioneros, y sin piedad”, o sea que salen a la batalla determinados a llevar a cabo una destrucción inhumana y total. Lo que la película se encarga de mostrarnos es que los persas, en verdad, se lo merecen, porque se trata de una tiranía que se sostiene por el misticismo alrededor de la figura del rey-dios Jerjes que pretende avasallar una civilización donde reinan los valores de la libertad y, cada vez más, de la razón.

Hay una escena sin embargo que llama la atención: cuando los persas solicitan, después de uno de los enfrentamientos, una entrevista con Leónidas, el rey accede argumentando que “¿No hay razón para no ser civilizados, no?”, y dirige la pregunta a un soldado espartano que está ahí al lado liquidando con su lanza a algunos persas que, entre miles de cadáveres, están heridos pero no bien muertos todavía, a lo que el soldado contesta “¡Claro que no!” mientras clava brutalmente su lanza en el cuerpo de un persa. Incluso esto: si por un lado la película trata de plantear límites lo más claros posible entre la civilización griega y la barbarie persa, por otro lado, en varias escenas, se caga (perdón) en la civilización, y aparecen entonces líneas como las anteriores, o se muestra a los espartanos gozando como deportistas recompetitivos con la matanza y provocándose unos a otros con bromas mientras liquidan persas, a ver quién es el más valiente.

Es imposible, o por lo menos no se debería, mirar esta película sin pensar de dónde viene y en qué momento viene y hacia dónde va. En mi lectura, claro, los espartanos serían los portadores de ciertos valores netamente norteamericanos. Entonces, ¿será que Estados Unidos empieza a asumirse como también salvaje pero con derechos? ¿Será que los viejos ideales de guerra civilizada, que hace tiempo que fueron dejados atrás en la práctica, empiezan a cuestionarse ahora, o a ironizarse sobre ellos, hasta desde una película? Porque en definitiva lo que pasa sobre el final de la película es que a uno ya no le importa la montaña de esqueletos de bebés descartados que se muestra en la primera escena, la infancia dura que tienen que sufrir los niños espartanos separados de sus pobres madres que los despiden llorando, la cantidad de chorrazos de sangre –filtrada por la estética del comic, lo que permite que la sangre siempre sea más y se aguante mejor- que casi nos salpican, nada. Lo único que importa y nos pone contentos en el final es que toda esta gesta heroica fue llevada adelante para sostener a cualquier precio el hermoso ideal de la libertad, y eso está bien, ¿no?



Nota muy posterior: comparar esta lectura, más obvia y facilista seguramente, con la interpretación a contrapelo que hace Zizek en http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0176/articulo.php?art=1057&ed=0176
Después pensar si la lectura de Zizek, además de ser brillante y sacar algo jugado y valiosísimo de una película que no lo es tanto, es posible.

1 comentario:

ionito dijo...

Marina, el tirar a los bebes que no sirven para pelear es lo mismo que encerrar personas entre paredes ( es el mismo abismo). O sea, la palabra “libertad” que como vos decís tenemos asociado al visto bueno y familiar, a mi me suena un tramite burocrático. Es decir, se quiere cambiar algo o mantener, se le estampa la palabra libertad y se obra con tiranía que nadie puede refutar nada La palabra “libertad” la veo como una fajita de esas que ponen “clausurado” o mejor, como un recurso que esta a mano para que no choquen los conceptos de progreso (“luz liberadora de la razón”), con los verdaderos mecanismos del mundo. A lo que apunto, que siempre en toda sociedad se están tirando bebes.

Comparto la euforia esa de que los 300 espartanos maten a tantos, pero buscaria la reiz por otro lado. Seria posible pensar que estamos con mas facilidad del lado del narrador. Una especie de modificar ese dicho que los que ganan escriben la historia, y los que narran están un paso adelante en carisma?

Por el contrario, en la lectura final mía (y después de haber leído tu nota y lo Zizek), me quedo con la idea de que el hecho de ser civilización, o mas simple de tratar de organizar, de simplificar hasta el punto más obvio, encierra la singularidad de tiranía.

En mayor o menor medida lo que criticamos de las políticas yankis, es un problema de factor común.


Otra cosita, ni te imaginas lo que me inquietó el ver a Leonidas comer tan frondosa manzana , en la escena que citas, que están finiquitando la matanza, haciendo una especie de picada con los soldaditos persas heridos. Pasa que vi salir a todos los espartanos casi de improviso, como bien decís, con sus calzonetas y su yelmo, pero nada de bianditas ni de una mula carguera ni nada, aparte el escenario de combata parece sumamente arido. Que comian esos muchachos para pelear y paliar cuerpos con tanta garra? Cerealfort?