martes, 11 de agosto de 2009

El existencialismo moderno

Frank Kermode remarcó que cuando decimos que un reloj hace “tictac” estamos otorgando al ruido una estructura ficcional, que diferencia entre dos sonidos que, físicamente, son iguales, de modo que tic sea un principio y tac sea un final.
Claro, la narración es la ficcionalidad que permite recobrar por momentos el sentido de nuestra existencia, de la vida, del tiempo que nos queda. En Rumble fish son los relojes, las estructuras metálicas que se dibujan sobre las paredes, las sombras siniestras de los perros y los gatos, los dedos que cuentan los veranos restantes los que crean esa percepción aguda que puede volvernos locos. Tal vez no seamos nada, tal vez nada tenga sentido.
Y ahí, en ese punto de deriva existencialista es donde necesitamos un chico de la moto que venga al rescate. Un hermano mayor que nos cante la posta, aunque sea falsa, una leyenda que restituya los viejos tiempos.
Sencillamente la película de Coppola es la nada misma (la vida misma), no hay estructura narrativa que sustente esa hora y media de fílmico.
Es el vagabundeo, el yerrar por el mundo, la deriva del vivir de Rusty James lo que se nos mete por los ojos.
Después de cierto tiempo (¿tiempo de la historia? ¿tiempo del relato? da igual) el chico de la moto se propone llegar al río, en otras palabras: encontrar la narración, un posible punto final.
Si, los rumble fish, que son los únicos que se agitan a color, los únicos que pelean incansablemente hasta con su reflejo. Gracias a dios que esta ahi el rio, gracias a la narración que permite que escapamos de lo cíclico.
Mas allá de esta cuasi reflexión yo quede shokeado (viste y entendiste algo pero no sabes que).
De esas peliculas que te bolean.
Fotografía impecable + vestigios de Kurosawa + poética de Tarkovsky

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