lunes, 16 de julio de 2007
Las mantenidas sin sueños
No sé que quiero decir cuando termino de ver la película. Tampoco sé lo que quiero ser cuando sea grande.
Tengo una sensación de angustia, esa que empiezan en un roce pequeño, comparable a la picazón y que se incrementa a medida que rascamos compulsivamente con las uñas.
Tengo veinticuatro años y deje la universidad, faltándome un año para terminar.
Desde un cómodo departamento en Almagro supongo que en un futuro puedo vivir en la mitad de un campo, sin luz, sin gas, cagando en la tierra y ser feliz sin el habitual calor de la cosmópolis. Supongo también otro futuro durmiendo en las plazas con la barba enredada por los talones. Otro en el que hijos de a pares me lloran como pichones pidiéndome alimento hasta hacerme sentir el fracaso como la materia prima de mi ser.
Ahora ya sangra un poco, pero la picazón no para. El futuro es la bola de nieve que cae de la punta del cerro. La mínima suposición se ve amplificada por la cantidad de datos albergados en la cabeza del pensante, del especulador.
Amplificada, interpolada, reconstruida en base a los miedos, a los ejemplos de la media en desgracia, al que va a ser. A las voces. “que sin un titulo no sos nada” “que sin el ingles no existís” “lo que realmente falta, son ingenieros” “hay que estar preparado para una competencia feroz”. A las películas.
Miré la película trasladándome de manera inconsciente. Un punzante mecanismo de mi cabeza de encajar mi realidad en la carne de los personajes. Es solo cuestión de hacer un collage de mi familia, cortarme por mi línea punteada de contorno, el de mis padres, mis abuelos y reemplazar. Después alterar un par de detalles inherentes al planteo “sociológico “ que flota como un iceberg.
Las mentiras.
Cuando fue que lo institucional paso a darle tanta tranquilidad a las madres.
Cuando fue que las madres empezaron a querer que sus hijos traigan títulos abalando un pasado, antes que la tangible felicidad certificando un presente.
Cuando fue que las madres de esas madres, decidieron sacrificar su presente en pos de una supuesta necesidad para su hija.
Las voces: “yo me rompo el culo para que vos estudies” “a mi nadie me regalo nada, sabes” “a mi la sicología no me gusta, me hace un agujero, lo hago solo por vos”
Las mentiras grandes y universales.
¿Cuando empezó todo esto? ¿Cuándo me toca elegir algo a mí?
¿Qué tan a fondo tengo clavado esto? ¿Cómo se permite un cuerpo “humano/carnal” semejante filtración de mensaje? ¿Porqué me siento con tanta tranquilidad luego de haber dejado de hacer algo que me pinchaba las entrañas y porqué me siento tan intranquilo cuando no tengo una planificación universitaria formando parte de mi rutina?
¿Me tendré que dar cuenta repitiendo?
(No existen fenómenos morales, solo la interpretación morales de los fenómenos)
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